domingo, 18 de diciembre de 2011

Las suaves colinas de Kampala (XI). Se acerca el momento

Mirada. Foto original de Vicente Baos 
Nabulungi y el resto de los niños estaban cada vez más preparados para boxear. Día a día, mejor alimentados, sus músculos se habían fortalecido y su mente solo pensaba en pelear. Durante varios meses, muchas horas al día, habían estado recibiendo los mensajes de Taban sobre como moverse en el ring, como evitar los golpes del contrario, todos los trucos de viejo profesional transmitidos a unos niños acostumbrados a la supervivencia, receptivos a los mensajes que potenciaban su individualidad y su agresividad. Se habían adaptado bien, todos menos uno. Wemusa había seguido pegando a los más pequeños, haciéndose el remolón en los entrenamientos, mirando de manera directa a Tagan cuando le regañaba y le pegaba abiertamente. Nunca había llorado, tragaba toda su rabia y la concentraba en su mirada, una mirada nada inocente que expresaba, sin decirlo, un pensamiento que venía a la mente de todos: "si tuviera ahora mismo mi botella de ácido, te quemaba los ojos". Tagan conocía esa mirada, en los soldados, en las criadas del embajador a las que había violado, en el ring de boxeo cuando el contrario iba perdiendo y esa derrota le podía costar la vida. Wemusa no era domesticable y un día desapareció. El resto de los niños, y Nabulungi especialmente, preguntaron por él, extrañados de su ausencia. "Se ha ido", "ha vuelto a casa", "no se adaptaba y le hemos dejado irse" fueron las respuestas. Sin embargo, algo había que no cuadraba. El mayor tesoro de Wemusa era un móvil que había robado hacía tiempo. Aunque no tuviera conexión,  usaba a escondidas los juegos del teléfono. Ahora, Tagan estaba usando ese móvil, aunque les había dicho que no era el de Wemusa, que lo había comprado hacía poco. Nabulungi durmió mal esa noche.
Un viernes por la tarde, Tagan reunió a todos los boxeadores: niños y jóvenes.
- Mañana por la noche va a ser día de peleas. Se ha organizado una gran velada y casi todos vais a boxear. Los primeros seréis los mayores y luego los demás. Es vuestra oportunidad de demostrar lo que os he enseñado. Espero que no me defraudéis - enfatizó con su potente voz.
- ¿Yo, también? - preguntó Nabulungi.
- Si, lo tuyo será aún más especial. Un gran honor - le contestó Tagan. Ahora, a entrenar duro.
Webaze estaba allí esa tarde. Preguntó a Mbazazi si podía asistir. - Sí, estaría bien que fueses, ven aquí a las 19h, con la noche saldremos hacia el lugar de los combates - le respondió Mbazazi.

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